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La aplicación de las leyes de inmigración debe ser compasiva, enfocarse en los delincuentes, no en pacientes que esperan cirugía

AUSTIN • El caso de una niña de 10 años, indocumentada, que fue detenida por agentes federales en su camino a una cirugía de emergencia, resalta la necesidad de aclarar las responsabilidades respecto de la seguridad de las fronteras de Estados Unidos entre los agentes locales y federales encargados de aplicar la ley.

Rosa María Hernández, de 10 años, quien tiene parálisis cerebral y ha vivido en Estados Unidos desde que tenía pocos meses de edad, fue detenida y retenida por agentes federales en la madrugada del martes 10 de octubre en su camino a un hospital en Corpus Christi para ser operada de emergencia de la vesícula biliar. Después de la cirugía fue separada de su familia y reubicada en un centro de detención juvenil en San Antonio. El jueves fue entregada a la custodia de la Oficina de Reasentamiento de Refugiados (ORR).

“Si bien estamos agradecidos de que Rosa María ahora está bajo el cuidado de la ORR y pronto deberá reunirse con su familia, no hay razón alguna por la que debiera haber tenido que sufrir tal trauma cuando necesitaba atención médica”, dijo el Obispo James Tamayo de la Diócesis de Laredo. “Me entristece e indigna que agentes de la Patrulla Fronteriza estén impidiendo que ambulancias transporten niños a los hospitales. Esta no es una acción humanitaria. También muestra por qué las personas temen a los agentes del orden público y por qué necesitamos una mayor protección para los lugares identificados por el ICE como ‘lugares sensibles’, tales como escuelas, lugares de culto y hospitales”.

El Arzobispo Gustavo García Siller, MSpS, en cuya arquidiócesis Rosa María ahora está detenida, declaró: “Me he comunicado con las autoridades competentes y tengo la esperanza de reunirme con Rosa María y su familia lo antes posible. El miedo es la emoción dominante que abarca esta trágica situación; obviamente el miedo y el desconcierto que siente Rosa María y su familia en este momento, pero también el miedo que han de sentir algunos que ven a una niña enferma de 10 años como una especie de amenaza para la seguridad de nuestro país”.

Los funcionarios locales de la administración federal en este caso parecieron ignorar sus propias políticas. Un memorándum del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) dice: “Las reglas establecen que las acciones ejecutivas en o enfocadas en las localidades sensibles tales como las escuelas, lugares de culto y hospitales deben ser evitados y que esas acciones pueden tomarse cuando (a) medie una autorización previa de un oficial superior o (b) haya circunstancias apremiantes que requieran acción inmediata sin la aprobación de un oficial superior”. La colocación de oficiales del DHS dentro del hospital es contraria a la intención del memorándum de localidades sensibles y socava la confianza de la comunidad.

Una nación soberana como la nuestra tiene el derecho de aplicar sus leyes de inmigración, pero estas al menos deben ser consistentes con la constitución de Estados Unidos y su ejecución debe prever castigos que sean proporcionales a las faltas. Una niña con discapacidades físicas que ha vivido en Estados Unidos casi toda su vida no debe ser tratada como criminal o como amenaza para la seguridad de Estados Unidos. Este caso resalta aún más la urgencia de una reforma migratoria integral, que los obispos siempre han apoyado.

La Conferencia Católica de Obispos de Texas es la asociación de los obispos católicos de Texas. La TCCB representa 15 diócesis y a 19 obispos activos. A través de la TCCB los obispos ofrecen una voz en materia de moral y política pública social, acreditan a las escuelas católicas del estado y mantienen archivos que reflejan el trabajo y la historia de la Iglesia Católica en Texas.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_column_text]

POR SOR TERESA MAYA, CCVI
PARA TODAY’S CATHOLIC

Nos falta creer que Dios sigue llamando. Hay que reconocerlo. La verdad es que me encuentro con preguntas en todos los grupos de Iglesia, desde los seminarios hasta las parroquias, que demuestran que estamos dudando que Dios llama, que la vocación es asunto de Dios. Esta duda alimenta las preguntas que hacemos: “¿será que tendremos vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa?, ¿será que las nuevas generaciones se comprometen?, ¿será que se está acabando…?” Habría que empezar por allí, por reconocer que la vocación empieza y termina con Dios. Que si Dios existe, Dios nos llama, ¡a todos y todas!, así de simple, así de extraordinario. Dios no ha dejado de llamar, a hombres y mujeres de bien, a jóvenes y adultos, a personas mayores. Dios llama a cada una de las vocaciones que la comunidad necesita: sacerdote, religiosa, ministro extraordinario de la Eucaristía, proclamador de la palabra, catequista. El detalle está en preguntarnos si creemos que Dios llama.

Dios es llamado. La invitación se ha entregado a nuestra puerta. ¡Dios ya nos llamó! Un día tras otro, llama con la misma implacable insistencia de cada amanecer. Un nuevo llamado: a crecer, a la reconciliación, a servir, a buscar, a esperar. Los llamados de Dios son insistentes a ratos, poco perceptibles en otros. Lo que necesitamos cultivar es la capacidad de escucha, hacerle espacio a los llamados, los pequeños y los grandes. Ese momento cuando caemos en la cuenta que no le hemos hablado a la abuela en varios días, el día que reconocemos que nos equivocamos, la curiosidad por saber cómo es un retiro de ACTS. Esas inspiraciones, que percibimos en el corazón, son todas llamados de Dios. Escuchemos, escuchemos.

La cultura vocacional que añora la Iglesia Católica se nutre primero de la confianza absoluta de que Dios existe y por lo tanto que Dios llama. Para tener vocación primero hay que creer que Dios actúa en el corazón de la comunidad humana, Dios encarnado siempre presente en Cristo. Y si creemos esto, por qué no afinar el oído, y empezar a escuchar, primero los pequeños llamados: a servir a los demás, a ayudar a la persona mayor, a dar un donativo a los damnificados del huracán o el temblor. Si empezamos en lo pequeño, iremos escuchando cada vez más cómo Dios llama en todo momento de nuestra vida, ofreciendo una opción y otra, siempre para encaminarnos a una vida en plenitud.

Entonces estaremos listos para escuchar los grandes llamados: al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio. Estaremos listos también para promover la escucha al llamado de las personas que nos rodean, de toda la comunidad. De hecho podremos hasta alentar a otros, porque reconoceremos en ellos un llamado. Lo hacemos todos los días: “anímate a ir al retiro, verás que bonito es”; “¿alguna vez has pensado en el sacerdocio, tienes un corazón para los demás?”; “¿por qué no te acercas a conocer a una religiosa?”

Empecemos hoy, empecemos con nosotras y nosotros mismos. Dios nos está llamando, escuchemos. ¡El futuro de nuestro mundo depende de nuestra respuesta![/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_empty_space][vc_empty_space][vc_column_text]

 

 

POR EL R.P. FERNANDO TORRE, MSPS
PARA TODAY’S CATHOLIC

Hace tiempo una persona me escribió diciéndome: “la verdad es que yo me resisto mucho y a veces pienso que no soy la persona indicada para pertenecer a esta Espiritualidad que habla de sacrificio y dolor”.

Cierto que el título Espiritualidad “de la Cruz” da pie a pensar que se trata solo de sacrificio y dolor. Más aún, muchas veces quienes vivimos esta espiritualidad así la entendemos y así la presentamos; pero es un error que ha traído lamentables consecuencias.

Le respondí: “Eso de que aquí se habla de sacrificio y dolor, no es sino falta de perspectiva. Aquí se habla de amor, de un amor hasta el extremo, de un amor dispuesto a cualquier sacrificio por la persona amada, de un amor que no termina, de un amor que sufre con el mal o el sufrimiento del amado, de un amor que hace bien a los demás, de un amor que produce gozo y plenitud en quien ama, de un amor que quiere amar más, amar mejor, amar a todos. Aquí se habla del amor del Padre misericordioso, del amor de Jesucristo sacerdote y víctima, del Espíritu Santo, que es el amor mismo de Dios-Amor y quien nos comunica su amor. Sacrificio y dolor son solo consecuencias del amor”.

La Espiritualidad de la Cruz no nos impulsa a sufrir ni a someternos pasivamente ante el dolor, más bien nos impulsa a seguir a Jesucristo, que “nos amó y se entregó por nosotros” (Ef 5,2); nos enseña a aprovechar nuestro sufrimiento, el que ya tenemos, para nuestro bien y el de los demás, ofreciéndolo junto con la cruz de Jesús (cf. Col 1,24); nos ayuda a ver el rostro de las personas que sufren, a compadecernos de ellas, a acercarnos a ellas, a tocar sus llagas y a luchar por para aliviar sus sufrimientos (cf. Lc 10,30-37); nos invita a consolar, con nuestro amor, el Corazón de Jesús, herido por el pecado.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

By Today's Catholic Newspaper

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